Lic. Maynor Agüero Obregón
INTRODUCCIÓN
Las necesidades básicas de los seres humanos, señalan nuestras
limitaciones. Todos tenemos hambre, sed, frío, y demás, y buscamos cómo
suplirlas. Pero, cuando hacemos del suplir nuestras necesidades, el todo de
nuestras vidas, podemos levantar ídolos y creer que podemos hacerlo todo, por
nosotros mismos.
Por eso, en las escrituras, Dios señala las necesidades de la humanidad,
como una expresión de su impotencia para hacer algo. Dios le señala esa
limitación, para que se dé cuenta de la gran necesidad que tiene, no de suplir
la limitación, sino de ir a quién tiene el poder para suplir todas las
limitaciones y necesidades de la humanidad. Observemos, cómo lo presenta
nuestro texto:
Y me dijo: Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el fin.
Al que tuviere sed, yo le daré gratuitamente de la fuente del agua de la vida”
(Ap. 21.6).
Aquí, se utiliza la necesidad del agua. Se presenta a
los sedientos, y la hermosa promesa de suplirla. Por eso, del texto aprendemos
tres verdades importantes, para nuestras vidas: (1) quién es el que ha dado la
promesa; (2) cuál es la condición, que tiene la promesa; y (3) cuál es la
hermosa promesa del pasaje.
1)
EL DADOR DE LA PROMESA
“Y el que estaba sentado en el
trono dijo…” (v.5) “Hecho está. Yo soy el Alfa y la Omega, el principio y el
fin” (v. 6a).
Según el texto, es Dio el que
está dando la promesa. Si Dios habla, Él hace, esta es la confirmación de quién
está dando esta promesa: el Dios grande, que está sentado en el trono, el gran
Rey del universo.
La seguridad de la promesa, está
en las palabras del mismo Dios: Hecho está. Así, que antes de decir la promesa,
ya está hecha porque Dios no miente y puede hacerlo todo. ¿Crees a Dios, antes
de que escuches la promesa? ¿Crees que Él tiene el poder, para transformarte y
nacerte nuevo, como está haciendo nuevas todas las cosas (v.5)?
La frase: “Yo soy…”, hace alusión al Dios todopoderoso, que sacó a Israel de
Egipto, de la mano de Moisés (Ex. 3.14).
Si sacó al pueblo de Israel, ¿no podrá hacer lo mismo con nosotros? Sacarnos
del pecado, y llevarnos a una vida de libertad y servicio a Él. Es Él quien
está dando esta maravillosa promesa; si Él lo ha prometido, se hará y cumplirá
lo que ha dicho. Porque Él es el principio y el fin, lo cubre todo.
2)
LA CONDICIÓN DE LA
PROMESA
“Al que
tuviere sed” (v. 6b)
Pero, la promesa tiene
una condición. Algo que debo tener. En este caso, debo de reconocerme sediento.
Como bien lo dicho el salmista:
“Como el ciervo
brama por las corrientes de las aguas, Así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma
tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿Cuándo vendré, y me presentaré delante de
Dios?” (Salmo 42.1-2)
Debemos reconocernos
necesitado, sedientos de Dios. Al igual que una persona que está en un
desierto, sin agua, la sed es insaciable y lo único que desea es agua, incluso
si nos ofrecen todo el dinero, o el éxito, no nos interesa, solo queremos
saciar nuestra sed. Así, debemos de reconocernos todos nosotros: sedientos de
Dios, al punto de que si Él no nos da agua, la muerte los llega. Nada, en este
mundo, puede suplir nuestra sed, solo Dios. ¿Crees que Dios es el único que
puede suplir tu necesidad? ¿Qué “espejismos” están siguiendo, pensando que
pueden calmar tu sed?
3)
LA PROMESA HECHA
“Yo le daré gratuitamente de la
fuente del agua de la vida” (v. 6c)
¡Qué hermosa promesa!
Dios mismo, nos dará del agua de vida eterna; y la dará gratuitamente, a cambio
de nada. No debemos comprarla o esforzarnos, para obtenerla. A los que nos
reconocernos necesitados y sedientos, acudiendo a Él, recibiremos el agua. No
podemos ganárnosla, ni haciendo buenas obras, ni con esfuerzos de buena
voluntad. Lo único que debo hacer, es reconocer mi verdadera situación: no
puedo hacer nada, para obtener el agua; solo debo reconocer que soy un pobre
moribundo de sed, y que Dios es el único que puede, darme del agua de vida eterna.
¿Qué harás? Seguirás muriéndote de sed, o suplicarás por el agua de vida.
Así, lo proclamó el
profeta Isaías: “A todos
los sedientos: Venid a las aguas” (Is. 55.1). ¿Eres un sediento? Si es así, escucha el antiguo
mensaje de salvación: venid a las aguas. En palabras de Jesús:
“Respondió
Jesús y le dijo: -Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame
de beber; tú le pedirías, y él te daría agua viva.
La mujer le dijo: -Señor, no
tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua
viva? ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del
cual bebieron él, sus hijos y sus ganados?
Respondió Jesús y le dijo:
-Cualquiera que bebiere de esta agua, volverá a tener sed; mas el
que bebiere del agua que yo le daré, no tendrá sed jamás; sino que el
agua que yo le daré será en él una fuente de agua que salte para vida
eterna” (Juan 4:10-14)
Tres veces le dice Jesús, a la
mujer samaritana: “yo le daré”. Solo debes pedirle a Él, que te dé, de esa agua
de vida eterna. Ora a Jesús, reconociéndote sediento y Él, como el único que
puede suplir tu necesidad del agua de la redención.
Aquí está el desafío, al que
debes responder: ¿Estás listo para reconocerte un sediento, incapaz de suplir
su necesidad, o estás cansado de buscar “aguas sucias” que calmen tu sed?
¿Estás listo, para reconocer que es Jesús, el único que puede darnos la
verdadera agua, pura y limpia, que puede saciar nuestra sed? ¿Estás listo para
pedirle a Jesús, que supla tu sed, con el agua de vida eterna?
Pero, no
solo se suplirá nuestra sed; hay más, a todos lo que pidamos a Dios el agua de
vida, la recibiremos y hay más: “El que
venciere heredará todas las cosas, y yo seré su Dios, y él será mi hijo” (Ap.
21:7).